Mensajes

Que “la fotografía parece ser la más literaria de las artes gráficas”, ya lo dijo Walker Evans, un artista a quien siempre fascinó tanto el poder expresivo y descriptivo del medio fotográfico como el de las letras. Tanto en los talleres que impartía sobre fotografía como de escritura bajo una óptica creativa, solía usar el contrario para ilustrar las enormes posibilidades que ambos ofrecen para vislumbrar la amplitud de sus capacidades en cualquiera de ambas disciplinas.
Estos días estoy leyendo un par de libros curiosos que te hacen reflexionar, y mucho, sobre las aspiraciones que, como artista, sea escritor, fotógrafo u otro, intentas a las claras o de forma sutil colar al que te lee o contempla tus imágenes. Los libros en cuestión los descubrí a través de una reseña del Diario El País y son: Strange Hours: Photography, Memory, and the Lives of Artists. Aperture, 2023. Rebecca Bengal. 216, páginas y Writer Conversation, 1000 Words, 2023. 144 páginas.
Ya he comentado, en más de una ocasión, la interesante cuestión de que muchos fotógrafos se dediquen también a la escritura y que estos manifiesten una especial atención por la fotografía. No vamos a descubrir nada nuevo bajo el sol en esta cuestión y cada cual podrá sacar sus propias conclusiones de sus experiencias.
Lo que me interesa aquí es reseñar como es imposible, bueno, no seamos tan deterministas, casi imposible no establecer entra obra y lector o espectador una comunicación, a la postre un enlace emocional más o menos intenso. Este puede ser visible, sin tapujos o tan sutil que resulte (casi) invisible. Lo importante es darse cuenta que, lo quiera o no, intenta ofrecer un punto de vista determinado de aquello que configura su obra y que por tanto, sin ánimo de manipular (aunque a veces eso no solo es posible sino que es totalmente intencionado) logra ampliar el mundo del lector o espectador.
No me voy a poner exquisito para valorar si es positivo o negativo. Eso depende del artista. En cualquier caso, solo mencionar su existencia y que, como todo, tiene dos caras una luminosa y otra tenebrosa. El detalle es que siempre será enriquecedor si el que recibe el mensaje sabe filtrar y analizar lo que se le ofrece.
Por último, y buscando esa sonrisa esquiva. Pasmarse porque una vez hecha la obra, deja de ser solo tuya. Esta pertenece también a los lectores o espectadores. Son ellos los que descubren intenciones allá donde el artista nunca pensó hollar. Y es que viajamos a la velocidad de la luz.