Y Susan lloró amargamente

El origen de este artículo se remonta hasta 1992. Miguel Ángel Martínez editor de los fanzines Space Opera y Fandom me llamó una noche al cabo de pocos días de conocer la noticia del fallecimiento de Isaac Asimov, ocurrida el seis de abril de 1992. Me pidió un pequeño artículo sobre Asimov para un especial que quería hacer sobre el célebre escritor norteamericano de origen ruso. Yo siempre había disfrutado de las obras de Asimov, así que no me costó mucho ponerme a ello. Lo escribí, se lo mandé y me olvidé de él. Al cabo de unos años, a finales de 2006 me llamó Claudio Landete, otro buen amigo de la Asociación Cultural Mundo Imaginario, buscando material para un especial Asimov de relatos y artículos. Como sabía que Miguel Ángel nunca había publicado el especial, lo busqué, se lo mandé y lo aceptó.

En abril de 2007 con 15 años de retraso vio la luz impreso el artículo. En él exploro más mis emociones y mis sensaciones con respecto a su obra que un análisis de las mismas. Cuando lo escribí intente usar (utilizar, copiar) el mismo estilo que él utilizaba en sus artículos, un poco de sal y pimienta para reírse de uno mismo, aunque por supuesto no le llego ni a la suela de los zapatos.

… y Susan lloró amargamente

En septiembre de 1986, tras la lectura de Robots e Imperio me juré no volver a leer ninguna novela de Isaac. No era la primera vez que tomaba una decisión de ese calibre, aunque desde luego sí que lo era con un autor con cuyas novelas y relatos me había solazado muchísimas noches. Ya en junio del 83, estuve a punto de hacer algo parecido con R.A.H. (Robert Anson Heinlein), pero aunque lo pensé seriamente, en aquel momento tampoco se editaba tanto en España como para ponerse tan dramático. Así que fue a mi buen amigo Isaac al que le tocó la china. En marzo del 87 tuve otro disgusto, me leí El gato que atraviesa las paredes de R.A.H. y por increíble que parezca me la acabe. Recuerdo perfectamente cuando a mitad de la novela, entre divertido y hastiado, pude resumir a otro fan, todo lo leído en un párrafo de 4 líneas. Era descorazonador ver aquel dantesco desierto de ideas en un océano de palabras. En eso, apenas unos meses después, en octubre de ese mismo año, justo cuando mi enfado se diluía, apareció en nuestras librerías Fundación y Tierra. Por supuesto me la compré, siempre lo hago. La decisión de no leer no implica el auto flagelo que significa el hecho de tener en casa las obras de esos autores y yo soy de aquellos que en el papel de lector gustan tener tantos libros como le sea posible al sufrido bolsillo de uno. De todos mis desaciertos, del que no tengo realmente excusa fue que desoyera mis propios consejos y me la leyera hasta la última página; y no después de varios meses de dudas, no, fue llegar a casa y no dejarla hasta el fin. Cuando la deje en la mesilla, hice un voto solemne: quería demasiado a Isaac como para dejar que algunas malas novelas alteraran esas convicciones, así que no solo me jure de nuevo no volver a leer una nueva novela de Isaac sino que tampoco compraría sus obras. Entiéndanme, solo hablo de novelas, sobre todo las referidas a Fundación y Robots, así que seguí comprando otras cosas de Isaac. En noviembre del 86 había comprado Sobre la ciencia ficción y me lo había pasado en grande.

Noviembre del 88, fue un mes fatídico, me enfrente a mi propia decisión, pues para eso están esos votos mayestáticos y mayúsculos, para violarlos, comprándome, sin apenas tener tiempo de pensar en ello, el siguiente libro de Isaac Preludio a la Fundación. Si he de ser sincero, mi autoestima no sufrió por ese acto despreciativo hacia mí mismo, un acto mercenario en toda regla, aunque si mi bolsillo, ya que día a día los libros se habían ido poniendo por las nubes. Cuando lo acabé (ya dije antes lo maquiavélico que soy a veces), recuerdo que lo deje con tristeza en la misma mesilla y ya no realice ninguna promesa estúpida, sabía que no estaba dispuesto a cumplirla, aún a pesar de lo muy vacía y aburrida que me hubiera parecido esta última novela. Simplemente no podía dejar de acudir a la cita con aquel, ya por entonces, hombre de largas y canosas patillas. Aquel hombre que me había cautivado desde sus primeras novelas, uno de aquellos hombres que había conseguido hacer de mí un apasionado lector de ciencia ficción.

Pensé mucho en el significado de esa violación y encontré dos maravillosas excusas para consolarme (siempre lo hago, es la única manera de que mi ego me deje tranquilo). Ambas son diferentes, pero mantienen un paralelismo singular. Por un lado Isaac decidió escribir con un lenguaje demoledoramente sencillo. Opinar que decidió, se encasilló, no pudo o no quiso salirse de ese estilo llano, es ya algo obsoleto y fuera de lugar. A preguntas sobre eso podía responder con sus típicas respuestas satíricas que encerraban mucho sobre lo que pensaba de su interlocutor. Ahora me viene a la memoria aquella frase lapidaria con la que dejaba mansos a quienes le preguntaban sobre por qué no viajaba en avión: «Los escritores de novelas policiales no cometen asesinatos, los que escriben literatura fantástica no hablan con los conejos ¿por qué tendría que volar un escritor de ciencia ficción?» (1).

Esa forma de presentar sus escritos, le hacía especialmente accesible a una gran mayoría de personas y me gustaría remarcar que el hecho de escribir de forma inteligible es, de hecho, algo mucho más complicado, ya que exige un mayor conocimiento del lenguaje y prestar mucha atención al estilo; es algo parecido a escribir melodías, lo realmente difícil es escribir música que luego cualquiera pueda tararear con solo oírla un par de veces. Pero si su gran éxito solamente se basará en ello, este no habría tenido lugar. Sería uno más en la larga lista de buenos escritores de ciencia ficción. Algunos aducirán que ser un autor prolífico le ayudó enormemente, e incluso, buscando un poco más allá, se podrá decir de él que estuvo en el lugar adecuado, en el momento adecuado: en Nueva York a finales de los 30. Pero «no es mejor escritor aquel que conoce cuáles son sus virtudes sino aquel que sabe cuáles son sus debilidades» (2) como el mismo decía. En este aspecto Isaac, escribía preferentemente sobre aquello que mejor dominaba y sabía. ¡Pues claro! ──pensaran algunos──. Pero no lo es tanto. Isaac urdía muy bien sus ideas, tanto que se le podría acusar (o ensalzar) de ser tan buen escritor del género de ciencia ficción como del policiaco ¡realmente Isaac amaba ese otro género! Pero el punto importante es sobre lo que escribe, en los millones de palabras escritas por él, apenas hay alienígenas, no importa que sean buenos o malos. La mayoría de sus personajes desprenden, incluso los malos, vapores de una gran humanidad. Conseguía así que un amplio abanico de sus lectores se pudieran identificar con ellos. Los personajes nunca eran totalmente malignos, ni totalmente piadosos, así sus dos obras fundamentales Fundación y Robots están plagados tanto de unos como de otros, Bel Riose y el mismo Mulo son un ejemplo de los primeros en Fundación.

«──¿Qué? Su esposa fue el error. Su esposa es una persona fuera de lo corriente. Nunca en mi vida he conocido a otra como ella. Yo…yo…

De pronto la voz de Magnífico se quebró y se recobró con dificultad. Le rodeaba una atmósfera de severidad cuando continuó.

──Ella me quería sin necesidad de alterar sus emociones. Yo ni le repelía ni le divertía. Me quería. ¿No comprende? ¿No puede ver lo que eso significaba para mí? Nunca tuve a nadie… Bien, yo… abrigaba esperanzas. Mis propias emociones me engañaban, aunque yo era maestro de todos los demás» (3).

Aquí el Mulo deja de serlo para convertirse en Magnífico de nuevo, un ser disminuido que necesita ser amado como el resto de los humanos. Isaac mueve la pluma para convertir al Mulo de Atila de la galaxia en lo que realmente es: un hombre y sus circunstancias. Entre los personajes buenos capaces de alguna maldad tenemos a la inefable Susan Calvin la robopsicóloga de la U.S. Robots & Mechanical Men Inc. de la cual el mismo Isaac confesaba, con su habitual sinceridad, estar enamorado.

«──Ha muerto ──dijo Bogert, lívido.

──¡No! ──exclamó Susan Calvin, estremeciéndose y lanzando salvajes carcajadas──, no ha muerto, se ha vuelto loco. Lo he enfrentado con el insoluble dilema y ha sucumbido. Podéis recogerlo ya, porque no volverá a hablar nunca más.

Lannig estaba de rodillas al lado de lo que había sido Herbie. Sus dedos tocaron el frío rostro de metal ya sin reacción y se estremeció.

──Lo ha hecho usted a propósito ──dijo.

Se levantó, enfrentándose con Susan, el rostro convulsionado.

──¿Y si lo hubiese hecho a propósito, qué? ¡No puede evitarlo ya! ──y con súbita amargura, añadió──: Lo merecía…

El director agarró al paralizado Bogert por la muñeca.

──¡Qué importa ya!… Venga, Peter ──suspiró──. Un robot parlante de este tipo no tiene ningún valor, de todos modos ──sus ojos cansados acusaban su edad y repitió──: ¡Venga, Peter!

Una vez los dos científicos se hubieron marchado, transcurrieron algunos minutos antes de que Susan Calvin recobrase su equilibrio mental. Lentamente, su mirada se fijó en el muerto-vivo Herbie y la dureza reapareció en su rostro. Durante largo rato permaneció contemplándolo mientras el triunfo se borraba de su rostro y el desengaño reaparecía; de todos sus turbulentos pensamientos solo una palabra infinitamente amarga salió de sus labios:

──¡Embustero!» (4).

No es casual que estos dos ejemplos contrapuestos lo sean de sus dos series emblemáticas, Fundación y Robots. Fueron para mí las dos obras clásicas de Isaac. Y si bien confieso sin rubor que me he leído todo lo publicado de este autor (que antes hubiera sido previamente traducido al español), guardo un especial cariño por estas obras. Tampoco es por azar que me acuerde especialmente de ellos e incluso que haya decidido rescatarlos aquí. Bayta de Haven en el primer ejemplo y Susan Calvin en el segundo están destinadas a desempeñar papeles alternos a los que en principio se les otorga. Bayta es la joven recién casada que acoge a Magnífico con simpatía y con emociones genuinas y sin embargo ella es la que mata a Ebling Mis cumpliendo con el precepto auto impuesto y muy poco legítimo de que el fin justifica los medios. Me parece importante resaltar que Isaac hace que Bayta de Haven mate a un ser humano. Susan Calvin también comete otra acción de este tipo, el hecho de que lo realice sobre un robot, no priva de que esa acción sea, al menos, tan drástica y execrable como el anterior ejemplo, ya que Isaac hace que Herbie se vuelva loco, es decir, que ni siquiera se le permite que su desconexión sea completa y todo ello, de forma harto curiosa, lo hace Susan Calvin por un simple deseo de venganza, lo cual dice mucho del personaje o mejor, de como quería Isaac, a pesar de su amor por el personaje, que la doctora reaccionase a las violaciones repetidas del robot Herbie a la primera ley.

Estos retazos incluidos aquí, pueden parecer ingenuos o incluso ñoños para algún espíritu intelectual, pero son simplemente la demostración de la sensibilidad que Isaac tenía por sus propios personajes, haciéndolos navegar con inteligencia por un río, el relato, en donde las situaciones eran similares a las que nos encontramos habitualmente en la vida. Nadie es radicalmente perverso ni angelicalmente virtuoso.

El otro camino paralelo es su propia persona. Isaac se ha ido convirtiendo poco a poco, libro a libro, en un agradable personaje de todos sus escritos, quizá el más divertido, satisfaciendo así nuestra vena más curiosa, la más entrometida. El mismo confiesa: «Con toda la experiencia que tengo sobre el tema, puedo asegurarles que es mucho más divertido escribir un artículo de ciencia ficción que una historia de ciencia ficción» (5) y el artículo más divertido, el más inagotable, y sobre el que tenía la máxima información era él mismo. Hablar de los demás, era en parte tener la excusa para poder hablar de sí mismo y su relación con los demás. Isaac no desaprovechó ni una sola línea ofrecida. Presentación tras presentación, editorial tras editorial, artículo tras artículo hemos ido conociendo profundamente a este hombre y lo hemos absorbido, nos hemos empapado de sus vivencias, hemos reído sus chistes y nos hemos llenado con esa humanidad que él exudaba en cada una de sus palabras. Sus libros de divulgación han sido mucho más numerosos que los de ciencia ficción y desde luego no es casual que apenas hace unos meses, y tan solo por prescripción facultativa el bueno de Isaac, dejará su habitual columna «Science» en la revista Fantasy & Science Fiction. Si hacemos un pequeño examen, vemos que lo mejor de él está en esa multitud de palabras con que ha regado multitud de diarios, revistas, antologías… y cualquier lugar donde se pudiera imprimir letras.

Aquí en España, aunque hemos podido disfrutar parte de esa enorme montaña de comentarios, muchos de ellos mordaces sobre él mismo y sus compañeros de profesión, tuvimos la fortuna de disponer de una pequeña antología de algunos de sus artículos; eso sí y para no perder la costumbre, con sabrosos comentarios sobre los mismos. En verdad Isaac era experto en rizar el rizo.

<Sobre la ciencia ficción> es un librito donde Isaac recoge 55 de esos artículos publicados aquí o allá, pero principalmente de la época anterior en que se editó el libro, finales de los 70 y principios de los 80. Quizá porque los artículos le permitían escribir sin las trabas de una fábula, quizá por escribir sobre sí mismo, quizá porque allí encajaba ese tono entre sarcástico y humorístico que parece que nunca le abandonaba o por una mezcla de todo ello, Isaac nunca renunció, hasta los últimos meses, al ensayo dentro del género fantástico. Gracias a esa debilidad suya, a ese afán por cultivar ese género, pude disfrutar de aquella antología como si fuera un regalo muy particular después de las últimas decepciones. El libro me devolvió al Isaac que yo tenía dentro de mí, a la foto fija que durante años se había ido formando en mi cerebro. Había otras viejas glorias que ya renqueaban desde el punto de vista literario, los Arthur C. Clarke, R.A.H., pero ninguno tan cercano, tan conocido como Isaac. Y todo ello gracias a su inextinguible afán de escribir de sí mismo y de todo aquello que se le pusiera por delante.

La aleación que supuso la combinación de ambos elementos, una redacción nada rebuscada, unos personajes alejados del los histriónicos requetemalos y superbuenazos y el acercamiento del autor a través de sus memorables introducciones o artículos supuso ese «quiebro» que le supuso saltar de ser un importante escritor de ciencia ficción a convertirse en algo más, algo que todos intuyen de una forma u otra, que casi se puede palpar en las conversaciones con otros lectores, que cuesta definir y que incluso algunos avezados modernistas rechazan de plano precisamente porque son capaces de sentirlo. Y todo ello sin menoscabo de las críticas que han llovido sobre él, esa simplicidad en todos sus escritos que le hacían particularmente fácil de imitar y por tanto hacían sospechoso esa enorme, esa increíble cantidad de libros publicados de todos los temas. Aún así todos, incluso sus detractores, hemos sido participes de que Isaac era algo más que un importante escritor de ciencia ficción.

Ha sido bajo esa perspectiva, por lo que fui incapaz de dejar de comprar y leer cada uno de sus libros. Y por lo que aquellas promesas eran simple papel mojado. Así que llegado el momento me enfrente a la misma sensación de pérdida que muchos otros fans sintieron el día seis de abril de un 92 tan lleno de significados. Es esa misma emoción que te embarga, la que hace fácil recordar aquel día y lo que hacías cuando recibías la noticia. Recuerdo que mi vista se desvió por la amplia biblioteca parándose en todos aquellos libros de Isaac. Desfilaron por mi mente todos sus personajes que en aquel momento perdieron un poco de esa realidad que compartían con su creador, aquel que les dio forma y les veía moverse y hablar en su cabeza. Especialmente me vino a la memoria Susan Calvin, retazos de ¡Embustero! aparecieron claros y diáfanos a pesar de los 17 años que llevaba impreso y leído en castellano. Pensé en la enorme amargura que sentía Susan Calvin porque Herbie la había engañado diciéndole que la persona que amaba la correspondía. La imagen que tenía, que sigo teniendo, pues se me ha quedado grabada, es la misma imagen de una Susan Calvin, aquella a quien su creador amó, llorando tristemente por Isaac, mi querido, entrañable e inolvidable amigo Isaac Asimov.

© Ricard de la Casa Pérez – Mayo de 1992 y Abril de 2007

(1) <Sobre Ciencia Ficción> Isaac Asimov. Edhasa 1986.
(2) <Sobre Ciencia Ficción> Isaac Asimov. Edhasa 1986.
(3) <Fundación e Imperio> Isaac Asimov. Nueva Dimensión 1975.
(4) <Yo robot>. Isaac Asimov. Nebulae nº1. Edhasa 1975
(5) <Sobre Ciencia Ficción> Isaac Asimov. Edhasa 1986.

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