Una historia de amor y de viajes por el tiempo

Hace ya unos años, Domingo Santos, escritor y uno de los más celebrados editores de revistas, me pidió una colaboración para un especial sobre ciencia ficción que la “Revista de literatura” (1) quería publicar. Pedro Jorge y yo habíamos escrito el relato sobre viajes en el tiempo ”El día que hicimos la transición”, así que lo natural fue que escribiera mi aportación sobre ese subgénero.

Presentación

Los escritores de ciencia ficción, gracias al subgénero de los viajes por el tiempo, nos han abierto nuevas puertas, nuevas maneras de enfocar nuestra realidad, y también de aproximamos a nuestro presente a través de la interacción con el neblinoso espejo del pasado y del incierto futuro.

El horizonte creativo que ofrece remontar o descender por la línea del tiempo no finaliza en el viaje en sí mismo, sino en las múltiples paradojas que ello conlleva, en los sutiles o tremendos cambios que nos proporciona. Posibilidades que los autores han conseguido exprimir hasta lo inverosímil y es que especular siempre ha sido la base para escribir la mejor ciencia ficción.

He aquí una pequeña muestra de lo mucho que ha dado de sí.

Una historia de amor y de viajes por el tiempo

por Ricard de la Casa

El paso del tiempo ha sido una de nuestras más tempranas preocupaciones, Stonhenge en Gran Bretaña, o el calendario maya son regalos de nuestro pasado que así lo atestiguan. El tiempo es una cosa muy curiosa, difícil de definir, complejo de aprehender y atractivamente relativo como Albert Einstein percibió con claridad a principios del siglo pasado. Lo más importante de esa llamada cuarta dimensión se podría resumir con: el tiempo no es la dimensión inmutable que pensamos que era, la velocidad y la gravedad modifican el espacio – tiempo, es decir cuanta más elevada es la velocidad o más intensa la gravedad, mayor es la curvatura del tiempo, más conocida como dilatación. Tan preocupados hemos estado por el Tiempo y sus posibilidades que físicos como Stephen Hawking han estudiado el asunto y creado una «conjetura de protección de la cronología», es decir algo que nos impida manipular tanto el pasado como el futuro y sobre todo que impida las paradojas. De hecho todos somos viajeros en el tiempo, tal y como las ecuaciones del físico alemán nos demuestran; haciendo uso de ellas descubrimos que, además, algunos de nosotros viajamos por el tiempo de forma más lenta que otros, claro qué, como las diferencias son tan ínfimas, somos incapaces de percibirlo. Los últimos avances intuyen la posibilidad de que, de alguna forma, el viaje por el tiempo (al pasado) no es del todo imposible. Al futuro, por supuesto, es tan sólo cuestión de dinero.

¡Pero todo eso realmente no nos importa! A los escritores de ciencia ficción nos trae, en su mayor parte, al pairo las ecuaciones y los genios. Si para escribir un buen relato o novela tenemos que saltarnos todas las leyes físicas que hasta ahora respetamos (más que nada por obligación), lo hacemos sin ningún sentimiento de culpabilidad, para eso escribimos “Ciencia Ficción”. El género literario trata de utilizar el “viaje en o por el tiempo” para situar a los personajes en lugares y momentos insospechados y lo que es peor en situaciones imposibles. Tanto nos gusta que, con el tiempo (sí, ese por el que todos viajamos lentamente por nuestras vidas) hemos creado toda una cultura del viaje en el tiempo: hemos creado ucronías, paradojas, bucles infinitos del tiempo, universos paralelos, exóticas partículas de masa imaginaria llamadas taquiones… todo un sistema por el que movernos con comodidad tanto los escritores como los aficionados a la ciencia ficción. Y si creemos que sólo hemos llegado hasta aquí, estaremos muy equivocados. Los escritores han manipulado, retorcido, puesto del revés, acelerado, detenido y hasta matado el tiempo en multitud de novelas y relatos.

Desde luego “El viaje en el tiempo” es uno de los temas estrella de la ciencia ficción de todos los tiempos. H. G. Wells ya lo utilizó a finales del siglo XIX con La máquina del tiempo(1895), y Stephen Baxter lo celebró 100 años después con Las naves del tiempo (1995), entre ambas los mejores autores han abordado este subgénero y han enriquecido nuestra forma de percibir el tiempo. Con todo su atractivo también es uno de los temas más complicados de abordar con éxito. Si sólo se toma como excusa, es relativamente sencillo salir airoso del envite, pero si el viaje es parte importante de la trama será también relativamente sencillo que asome en algún momento inconsistencias que arruinen nuestro trabajo. Como la misma ciencia ficción, el subgénero llega a ser tan rico y especulativo que permite cualquier enfoque, desde una comedia, un drama o un simple asunto de investigación policial.

Viajando por el tiempo

Uno de los aspectos que han llamado más atención ha sido la forma de afrontar el viaje en si mismo, de tal forma que, a efectos prácticos, se considera el primer viaje en el tiempo aquel que utiliza una máquina para hacerlo. Así pues el Canón del género considera a Wells y su novela La máquina del tiempo, publicada en 1895, como la primera novela, aunque en Europa, más concretamente en España, tenemos la novela El Anacronopéte, escrita por Enrique de Gaspar. En el año 1887 en la que el personaje también utiliza una máquina para viajar movida por electricidad, aunque la teoría que utiliza, hoy en día, nos suena completamente trasnochada: La atmósfera es el tiempo y el tiempo lo forman los acontecimientos, por lo que si nos elevamos en la atmósfera y giramos iremos desenrollando el tiempo y podremos viajar por él. A pesar de esta novela española, no se puede negar que fue la novela de Wells la que realmente influenció a multitud de escritores para lanzarse en esta, en aquellos tiempos, nueva vertiente de la ciencia ficción. A partir de ese punto, los escritores han creado toda una panoplia de instrumentos capaces de llevarnos por todos los siglos pasados y venideros, desde armarios, cabinas telefónicas, cinturones y hasta naves espaciales (Star Trek). Claro que para algunos escritores no son necesarias ni máquinas ni ningún tipo de artilugio, nuestra mente es la herramienta más eficaz para saltar en uno u otro sentido.

El famoso argumento de viajar al pasado, matar a tu abuelo y regresar presenta uno de los temas estrella de este tipo de relatos y novelas: Las paradojas temporales (2). Estas han sido siempre el “Talón de Aquiles” de los viajes por el tiempo y también lo que lo hace tan sumamente atractivo para los escritores. Un problema de coherencia interna que en los relatos se puede soslayar con cierta comodidad, pero que en las novelas puede, fácilmente, destrozar la realidad mejor trabajada del escritor. Una buena manera de evitarse problemas es convertir nuestro viaje en un cómodo visionado desde nuestro sillón favorito. Algunos ejemplos serían la novela Otros días, otros ojos en la que su autor Bob Shaw, inventa un “vidrio lento” que guarda en su interior, aquello a lo que estuvo expuesto alguna vez, como si fuera una vieja película. No podemos negar la influencia de la televisión en el relato El pasado muerto de Isaac Asimov, en él se nos relata las desventuras del profesor Arnold Potterley y su interés en visionar la historia de Cartago a través del Cronoscopio (es decir el visionado del pasado en pantalla) y el desaguisado que llega a montar al serle negado. Lo interesante de esta técnica es que así, al no poder influenciar en el pasado o en el futuro, eliminamos las peligrosas paradojas y sus posibles ucronías.

Finalmente los accidentes temporales también han cubierto su cuota de obras, así las “grietas temporales” que se abren inopinadamente, permite olvidarse de toda la parafernalia tecnológica que podría permitir el salto temporal y concentrarse, tan sólo, en las consecuencias. Así por ejemplo Murray Leinster nos relata en Al margen del tiempo la mezcla de líneas temporales y universos paralelos debido a un fenómeno incomprensible del que no sabemos su origen. También Philip K. Dick nos muestra como una familia es trasladada al completo hacia un futuro desvastado por una guerra en Desayuno en el crepúsculo. Espectacular ejemplo sería la película “El experimento Filadelfia” de Stewart Raffill. La película nos sitúa en 1943; dos jóvenes oficiales toman parte voluntariamente en un experimento para ocultar su barco del radar enemigo. Un error les llevará a través del tiempo a 1984, 41 años más tarde. El mismo argumento pero viajando al pasado se nos muestra en la película «The final Countdow» (El final de la cuenta atrás) dirigida por Don Taylor. En 1980 el portaaviones USS Nimitz navegando por aguas de Hawai, se traslada debido a un fenómeno de origen desconocido, al mismo lugar pero justo momentos antes de que Japón ataque la base de Pearl Harbour. Hay que decir que estas películas sólo buscan la espectacularidad, sin aprovechar todas las posibilidades que la trama podría ofrecer.

Los viajes más cercanos a la realidad

La verdad es que no hace falta alejarse de nuestra realidad física para crear buenos argumentos, así tenemos excelentes novelas que utilizan la curvatura (dilatación temporal) para alcanzar el futuro en un estado más o menos juvenil. Joe Haldeman lo utiliza en su novela La guerra interminable en la que los soldados al viajar por el espacio, y debido a esa dilatación, se encuentran a su vuelta con su planeta ya en un futuro distante. Al final de la novela la civilización que encuentran está tan distante que apenas tienen nada en común. Uno de esos soldados utiliza una nave lanzada a velocidades relativistas para esperar a su novia que aún esta de vuelta de una misión. Poul Anderson escribe en Tau cero sobre la nave “Leonora Christine” y sus cincuenta escogidos tripulantes enviados para establecer una nueva colonia que por una avería, al chocar contra una nube de desechos, es lanzada también a velocidades relativistas y eso les permite observar como el universo envejece a su alrededor.

Otra de las maneras de viajar al futuro de una forma simple es la hibernación. Muchas veces utilizada como una manera de retrasar una muerte inevitable debida a una enfermedad incurable (aunque en contrapartida luego haya que adaptarse a un nuevo mundo), y otras como una huida debido a problemas con la ley o aún mejor por deseo de venganza, como ocurre en Puerta al verano de Robert A. Heinlein, quizá una de las más creativas en ese aspecto, debido a las vueltas que el personaje hace entre el pasado y el futuro.

Moviéndose más lentos o más rápidos que nuestro entorno

Jugar con la velocidad del tiempo, en un sentido u otro, otorga grandes posibilidades argumentales. Así el escritor Juan Miguel Aguilera, nos presenta en El bosque de hielo unos seres cuyo metabolismo es tan lento que todo su entorno es un mero borrón debido a la velocidad en la que se mueven. Orson Scott Card nos describe en Un planeta llamado traicióntodo un pueblo que ha conseguido controlar su propia velocidad temporal, acelerando o desacelerando a voluntad, y por tanto envejeciendo rápidamente o permaneciendo igual mientras el resto envejece. Ese control permite por ejemplo adelantarse a sus enemigos en momentos de peligro o quedarse congelados mientras sus enemigos envejecen y mueren (yo no lo probaría por si acaso). Al contrario que AguileraR. A. Lafferty, nos muestra la otra cara de la moneda en Lenta noche de un martesdescribiendo un planeta en el que su velocidad temporal es tan alta que en una sola noche nuestra, para ellos transcurre toda una vida. Llegando ya al máximo de las posibilidades, Arthur C. Clarke nos plantea la completa paralización del tiempo en Todo el tiempo del mundo,en el que unos alienígenas llegan desde nuestro futuro unos milisegundos antes de una hecatombe nuclear que pulverizará el planeta para rescatar toda la serie valiosas obras de arte. Curiosamente, en el relato existe un pequeño fallo de lógica interna sobre la soledad del personaje, lo cual es sintomático de las dificultades que plantea escribir novelas y relatos sobre viajes temporales.

Viajes descriptivos

Algunas novelistas utilizan el viaje en el tiempo como una simple excusa para mostrarnos el pasado, evidentemente con temas y tramas interesantes y grandes personajes. Uno de los mejores ejemplos de ello sería El libro del Día del Juicio Final de Connie Willis, en él, la autora nos cuenta la vida de una estudiante del siglo XXI que decide conocer de primera mano una de las eras más mortíferas y peligrosas de nuestra historia, Kivrin que así se llama el personaje, queda varada debido a un accidente, en una Inglaterra asolada por la peste en la Edad Media. El frío, el miedo y las gentes de aquella época cobran de repente vida ante nosotros, ya que también ella, aislada y sin posibilidad de regresar, esta sometida a los mismos peligros. Otra novela de la misma autora es Los sueños de Lincoln en la que se nos traslada a los campos de batalla de la guerra de secesión americana.

También Michael Crichton en su novela Rescate en el tiempo nos sumerge en la Edad Media (una época especialmente atractiva para muchos escritores), enviando a algunos arqueólogos e historiadores, gracias a una tecnología “cuántica” que, como en otros muchos casos, tiene sus propios peligros. El mundo de la fantasía no ha estado exento de la utilización del viaje por el tiempo y el escritor Tim Powers lo utiliza en la novela Las puertas de Anubis, en la que compone un fresco tanto de la Inglaterra de comienzos del XIX, así como del Egipto de los faraones. Ángel Torres Quesada, en Las grietas del tiempo, nos ofrece la vívida visión de una Francia de principios de siglo XX, en concreto un viaje a los campos cercanos a Reims en 1918.

Otros muchos autores no han podido resistirse a esa tentación y hemos podido deslizarnos por una África remota, justo en el origen de la humanidad y compartiendo experiencias con una tribu de “Homo habilis”, en la novela Solo un enemigo: el tiempo de Michael Bishop. Otra notable aportación es la novela de Robert SilverbergPor el tiempo, en la que un guía temporal lleva a turistas por todas las edades de nuestra historia. Particularmente Silverberg se recrea en lugares y momentos del imperio Bizantino, uno tiene la sensación de, además de estar sumergido en una trama apasionante, de pasear por Bizancio y luego por Constantinopla y la bella Santa Sofía antes y después de caer en manos turcas.

La policía del tiempo

Algunos autores han optado por utilizar el viaje por el tiempo como una oportunidad para incidir en el filón ya clásico de policías y ladrones, creando cuerpos especiales para proteger y vigilar el tiempo. Uno de los ejemplos más conocidos es La patrulla de tiempo de Poul Andersondonde los esforzados patrulleros combaten los posibles cambios temporales perpetrados por los habituales y no tan habituales delincuentes. Una de las mejores novelas escritas sobre el asunto es El fin de la eternidad de Isaac Asimov, en la que los extraños eternos vigilan a la vez que realizan pequeños cambios para que de historia siga siendo la que era, es o será. Hasta yo mismo, junto con Pedro Jorge Romero nos hemos metido en esos berenjenales y nos trasladamos al periodo de la Transición española en “El día que hicimos la Transición” (3) creando un cuerpo de policía que rehace todos los entuertos habidos y por haber.

Otras utilizaciones de los Viajes relativistas por el Tiempo

Hal Clement en Misión de gravedad ya apunta en la dirección de la utilización de la gravedad para manipular el tiempo. En esa novela el autor postula un planeta en el que la gravedad varía desde las 3 gravedades en los polos, hasta las 600 en el ecuador y en cómo eso afecta a sus habitantes los “mesklinitas”. La misma idea pero llevada a extremos brutales, pero necesarios para mostrar la acelerada vida de sus habitantes, la escribe Robert L. Forward en Huevo de dragón. El autor nos sitúa en una estrella de neutrones y con unas condiciones que podríamos tachar de infernales: una gravedad que casi alcanza las setenta mil gravedades en una esfera de menos de veinte kilómetros. Sus habitantes, los cheela, experimentan un día en tan sólo 200 milisegundos de los nuestros, o lo que es lo mismo experimentan en una hora el equivalente de más de cien años de nuestras vidas. Eso significa, para los humanos que les observan, ver avanzar su civilización en apenas unas semanas, y hasta superarnos tecnológicamente…

Viajando sin máquinas

Algunos escritores prefieren obviar toda la parafernalia física del viaje y prefieren que sus personajes lo hagan con el simple poder de la mente. Memorias de Mike McQuay, es un claro ejemplo de ello. Los viajeros pueden retroceder al pasado a través de las mentes de todos sus antepasados, padres, abuelos y así hasta llegar al principio de los tiempos. Al llegar el viajero temporal, su familiar queda relegado y el viajero toma el control del cuerpo, lo mejor es que el personaje puede vivir cualquier aventura si arriesgar nada.

Sólo información

Sin duda una de las novelas más realistas sobre el tiempo, por su planteamiento y ejecución es Cronopaisaje, de Gregory Benford. En ella lo único que viaja por el tiempo es información. Para transportar los mensajes el escritor utiliza los taquiones, unas partículas sobre las que se teoriza pero de las que aún no se ha probado su existencia real y que, imperativamente, no deberían tener masa, a la vez que deberían viajar más rápidas que la luz. En 1998, nuestro planeta está al borde de la crisis total, tanto económica y social como, lo que es aún peor, ecológicamente. El personaje John Renfrew intenta enviar un mensaje al pasado (1962), avisar a Gordon Bernstein de los peligros y desastres que les deparará el futuro y así evitarlos antes de que se produzcan. Sin duda, una de las mejores novelas sobre el tema del viaje por el tiempo

El huevo y la gallina

La idea de la causalidad es que una causa debe preceder siempre a su efecto, así que muchos autores se han decantado por un tipo de obras en las que, finalmente, algo, sea la misma máquina del tiempo, o incluso las obras completas de William Shakespeare, salen de una chistera mágica. Más allá de los clásicos relatos en los que se retrocede en el tiempo para matar a tu propio abuelo con la sana (o insana dependiendo del punto de vista) intención de desbaratar la causalidad, muchos autores han trabajado de forma hilarante este asunto. Así en El ladrón en el tiempo de Robert Sheckley, su personaje Thomas Eldridge le vienen a detener por unos delitos cometidos 8 años en el futuro, año en el que inventa la máquina del tiempo. El pobre hombre es llevado de un sitio a otro, sin saber cómo ni porqué durante todo el relato, manipulado por su yo futuro y al final el mismo se transforma en ese otro yo futuro por el mero peso de los acontecimientos (otro problema para el autor, ya que siendo el mismo personaje hace falta distinguir, para el lector, a uno del otro). Al final la máquina del tiempo aparece creada como por arte de magia, en realidad no sabemos como se creó ni donde vivió el personaje esos 8 años.

Otra estupenda aproximación al mismo asunto es la de José Mallorquí y su relato «Misterio Mayor» en la que el catedrático Rufus Tooth desea develar si las obras del famoso autor inglés eran realmente suyas o de otro autor (Bacon), para (y debido a un problema con la máquina del tiempo, que no puede regresar al mismo punto en el que ya estuvo) regresar con el auténtico Shakespeare al presente y dejar allí, en el pasado a un personaje que toma su identidad y escribe, de memoria, sus obras.

Con todo, uno de los relatos más retorcidos en este aspecto es el de “Todos vosotros, zombies…” de Robert A. Heinleinen el que el personaje y gracias a sucesivos viajes al pasado consigue ser su propio padre y madre cerrando un circulo difícil de cuadrar. Este relato fue llevado a la pantalla grande en 2014 con el título «Predestination», dirigido y guionizado por los hermanos Michael y Peter Spierig.

Bucles de ida y vuelta

Difíciles de tratar, por lo complicado de escribirlos sin aburrir al lector, es sumergirse en narraciones donde el personaje queda atrapado, sin posibilidad de escape, en un bucle temporal, viviendo constantemente un cierto periodo de la vida. Una estimable aportación es Volver a empezar de Ken Grimwood, Premio Mundial de Fantasía, en la que su personaje, Jeffrey Winston, muere a los 43 años, y su conciencia retrocede hasta el momento en que tenía 18 años, recordando todos los detalles de su vida posterior. El ciclo se repite indefinidamente, una y otra vez lo que le permite encauzar de nuevo su vida sin los errores que creyó cometer en el pasado. En el séptimo arte, y sin llegar a la profundidad de la novela de Grimwood, la película «Atrapado en el tiempo» trata el mismo asunto, aunque aquí el ciclo es de tan sólo 24 horas, y el cambio se produce al dormirse el personaje Phil Connors (interpretado por Bill Murray)

Uno de los relatos más completos y redondos que he leído nunca respecto a los bucles ha sido “Dragones en el centro”, de Joaquín Revuelta, el que se nos muestra el otro gran peligro del viaje por el tiempo: Un comando que viaja por el tiempo trata de rescatar a uno de sus hombres del bucle en que ha caído para toda la eternidad (el terrible momento de su muerte a manos de un Dragón de escarcha, si ya es malo caer en un bucle, imaginen uno en el que te matan continuamente…).

Extraños usos del tiempo

Algunos autores han utilizado el Tiempo como un asunto marginal aunque no exento de poesía, así Dan Simmons en Hyperion nos muestra que la inventiva sobre el uso temporal no tiene límites. En ella se nos cuenta que unas extrañas e incomprensibles “Tumbas del Tiempo” están a punto de abrirse. Tan desconocidas que ningún personaje tiene ni idea de lo que contienen (contuvieron en el pasado o contendrán en el futuro) y que unos peculiares campos antientrópicos mantienen cerradas. Aparece algo o alguien llamado “Alcaudón” sujeto a unas “mareas del tiempo”, y no sólo eso, uno de los 7 personajes centrales, “Sol Weintraub”, también llamado el “Judío errante” viaja con un bebe de pocas semanas, una niña llamada Rachel que antes fue mujer y que ahora viaja por el tiempo en sentido contrario al resto de la gente y por consiguiente se haya en peligro de morir al traspasar no ya la línea de su nacimiento sino la de su propia concepción.

El relato de Ray Bradbury “El ruido de un trueno” ilustra perfectamente lo que se ha dado en llamar «el efecto mariposa». Es decir el hecho de que cualquier acción que llevemos a cabo en el pasado, por pequeña que sea, pueda producir un gran cambio en el futuro. Así, viajar al pasado remoto y matar sin darnos cuenta una simple mariposa puede dar como resultado el que, a volver a nuestro mundo, descubramos que ya no existe tal y como lo conocíamos. Los cambios son tan profundos que es como si visitáramos otro planeta. Nuestra pequeña acción, una al parecer insignificante muerte, produjo una reacción en cadena de enormes e insospechadas consecuencias. Esa es precisamente la premisa que utiliza Robert Lee Zemeckis en «Regreso al futuro«.

La ya citada Connie Willis, que ya ha utilizado en multitud de novelas el viaje por el tiempo, en su novela Por no mencionar al perro y en otras ya mencionadas en este artículo, introduce la limitación de no poder llevar ni traer nada de los viajes, Alfred Bester impide en La opción de Hobson que nada biológico pueda viajar, lo cual supone un montón de problemas para los viajeros.

El argentino Alejandro Alonso en La ruta a trascendencia, nos presenta a todo un pueblo que es capaz, debido a un accidente que altera el espacio- tiempo, de percibir líneas temporales hacia el futuro y el pasado que, aunque de forma difusa, se prolongan algunos días en ambos sentidos. Parecido a AlonsoBrian Aldiss escribe en El hombre en su tiempo, sobre un astronauta que al regresar del primer viaje a Marte se da cuenta de que puede ver lo que ocurrirá en breve. Este relato es también un ejemplo de lo complicado que puede ser escribir sobre el tiempo, ya que si la idea es que existe un desfase temporal entre ambos planetas, el astronauta debería haber percibido, de igual manera, el pasado al llegar a Marte.

Una terrible visión de futuro y un problema moral es lo que nos plantea Philip K. Dick en el relato “El informe de la minoría” que Steven Spielberg hizo famoso llevándolo al cine hace unos años con el título «Minory Report«. ¿Es lícito detener aquellos que cometerán un crimen en el futuro? Con esa idea Dick explora la posibilidad de saber en el presente y gracias a unos humanos llamados precog (humanos capaces de vislumbrar lo que ocurrirá) los delitos (en general asesinatos) futuros. La idea se retuerce hasta el infinito cuando el acusador se convierte en acusado pero…. ¿cómo defenderte si aún no has cometido el asesinato?

El deporte nacional, el fisgoneo, también logra su particular rincón en los usos del viaje: echar un vistazo al pasado y enterarse de primera mano de lo que allí se habló, lo que ocurrió realmente, resolver un asesinato o simplemente enterarse de algún secreto muy bien guardado. El relato de Isaac Asimov, «El pasado muerto» es un curioso ejemplo de esa perdida de intimidad por el uso morboso o interesado de esa tecnología. Muchos de estos relatos obvian un problema importante y es que si hay gente que quiere asistir en vivo y en directo al evento, las multitudes que se podrían llegar a acumular en lugares concretos, serían enormes y por tanto imposible de disimular. El chiste esta en pensar que por ejemplo las multitudes que escucharon el sermón de la montaña de Jesús o asistieron a los espectáculos del Coliseo Romano eran (son) todos viajeros del futuro o mejor de otras épocas.

Un ejemplo del culmen de cómo los escritores de ciencia ficción encuentran el más difícil todavía, lo podemos encontrar en el relato “El armario temporal” de los esposos Henry Kuttner y C.L. Moore, escrito bajo el seudónimo de Lewis Padget. En este magnífico cuento, un científico inventa un armario en el que existe, además de un cambio dimensional, el desfase temporal de una semana hacia futuro. Es decir, el viajero logra ver desde dentro de ese armario lo que existirá al cabo de eso siete días y desde luego interaccionar en ese futuro. En la trama el protagonista logra asesinarse a sí mismo sin darse cuenta de ello. A estas alturas retroceder en el tiempo para matar a tu propio abuelo parece ya un argumento infantil y nada complejo.

El relato que riza realmente rizo hasta sus últimos extremos es “El reposo del viajero” del inglés David Mason, que nos presenta un mundo en el que tiempo se mueve distintas velocidades de una forma horizontal a estratos según la altitud. La ingeniosidad con la que Mason nos plantea un mundo con estas características y lo que en él ocurre, convierten su relato en una de las obras más originales sobre el tiempo y todas sus variaciones.

La poesía

Algunas obras pueden ser tan sutiles que el lector apenas intuye los viajes en o por el tiempo reflejados en ellas. Sin embargo, pueden desprender tal belleza que uno queda seducido incapaz de soltar el libro o la revista, como es el caso del relato “Directos a Portales” de Connie Willis (4), autora ya citada en diversas ocasiones en este artículo.

En el relato se nos cuenta la vida de un aburrido vendedor que tiene que pasar un día en un pueblo llamado Portales. Sin nada que hacer, hastiado, sube a un bus que hace un recorrido turístico en torno a la vida y la obra del escritor de ciencia ficción Jack Williamson. Tras su divertida trama, el relato esconde una metódica concepción que lo hace excepcional, en la cual cada palabra, cada frase, no es casual y hace que su lectura cobre, para los habituales del género, un gratificante sentido.


Y más, mucho más.

Es probable que el sueño de viajar en el tiempo y cambiar nuestro pasado para así mejorar nuestro presente o futuro esté tan firmemente arraigado en la mente humana que no podamos evitar volver a él una y otra vez.

Comentar todo lo que ha dado de sí el viaje por el tiempo y sus rocambolescos vericuetos necesitaría todo un grueso volumen y me temo que aún así se quedarían en el tintero muchas grandes ideas, muchos estupendos relatos y muchas increíbles novelas. Desde luego no están todos los que son, pero sí son todas las que están. Este resumen cubre el panorama de todos los retorcidos rizos que los autores han creado para sumergirse en el vórtice temporal y explorar las consecuencias del buen y el mal uso de esta tecnología utópica.

Mi amigo y co-editor Pedro Jorge Romero al final de la entrevista que realizamos para nuestra revista BEM a Connie Willis, una de las autoras que mejor y más han explorado el tema de los viajes temporales le preguntaba:

—¿Así que toda gran historia es una historia de amor y de viajes en el tiempo?

Y la gran autora norteamericana le respondía después de meditarlo unos instantes:

—Sí, eso es lo que creo. Eso es lo que creo.

Y yo estoy completamente de acuerdo con ella.

Imagen de portada (2015) y texto 2006  © Ricard de la Casa Pérez


NOTAS

(1) Revista de Literatura: Centro de Comunicación y Pedagogía nº217.

(2) El viaje en el tiempo es, sin duda, uno de los temas más abordados por la ciencia ficción. Desde H. G. Wells con Time Machine autores como Tim Powers (Las puertas de Anubis), Fritz Leiber (El Gran Tiempo), Isaac Asimov (El fin de la Eternidad), Alfred Bester (Computer Connection), Clifford Simak (Un anillo alrededor del Sol), Dan Simmons(Hyperion) y muchos más han llenado página tras página con relatos en los que las paradojas del viaje en el tiempo son el punto principal. También el cine se ha ocupado exhaustivamente de este tema, basta con recordar: «Freejack«, «Time Cop«, «Terminator«, «Back to the future«, «12 Monkeys«, «Star Trek IV: The Voyage Home» y «Star Trek: First Contact» entre las últimas (sin olvidar a la espléndida «The Navigator» de Vincent Ward con un muy singular enfoque del viaje temporal) así como numerosas series de televisión como la recordada «Time Tunnel» o «Quantum Leap«.

(3) Puede leer el relato «El día que hicimos la Transición aquí

(4) El relato fue publicado en la revista BEM, número 71 con traducción de Pedro Jorge Romero y gano el Premio Ignotus del año 2000.

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